EVIL APP 2:
Verónica, la hija del diablo
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Juan despertó a
las seis de la mañana sobresaltado. Había tenido una pesadilla que no pudo
recordar.
Sacó el
celular escondido debajo de la almohada y entró en facebook lite. Pero al
cargar la aplicación notó algo raro. Los clásicos cuadritos de carga tardaron
bastante en rellenarse. Sin duda, era síntoma de problemas. Cuando por fin pudo
abrir su Facebook, encontró un mensaje el cual decía que su cuenta había sido
bloqueada temporalmente.
— ¡No! ¡No!
¡No!— grito Juan, mientras golpeaba rabioso la almohada. En ese instante sonó el
clásico pitido de whatsapp.
Era
su amigo Facundo, le preguntaba cómo había despertado esa mañana. Juan apretó
el botón para mandar mensajes de voz y dijo— ¡Mal! ¡Me bloquearon la cuenta del
facebook!—
La noche anterior
Juan se unió a más de cien grupos de youtube para promocionar unos videos que
había subido.
— Debe ser por
unirme a tantos grupos.— dijo Juan y agregó— Pero no importa. Es solo por
quince días. ¿Y qué es de tu vida?
Tengo algo muy
copado. Te dejo el link, al Google drive, para que lo bajes. Te vá gustar.— Escribió
Facundo.
Juan miró el
link remarcado en azul. Dudó unos instantes.
— Tal vez sea
un virus o un troyano— pensó Juan.
Por fin se
decidió y pego el link en el portapapeles. Luego abrió el navegador chrome y lo
pegó en la ventana de links.
La barra de
carga azul se llenó en unos instantes y apareció el archivo en pantalla:
Evil_App.apk.
Juan recordó
ese nombre. Había visto el juego en youtube, se decía que era un juego muy
peligroso, que le sucedieron muchas cosas malas a los que lo habían jugado.
Inclusive se llegó a decir que una niña desapareció mientras lo jugaba.
— Puros
creepypastas— dijo en voz alta. Dio al botón descargar y el archivo se bajó
rápidamente. La velocidad promedio era de un megabyte por segundo.
El Evil App pesaba 66,6 megabyte. Juan tardó 66 segundos en bajarlo a su smartphone.
El Evil App pesaba 66,6 megabyte. Juan tardó 66 segundos en bajarlo a su smartphone.
— ¿Ya lo
bajaste?— escribió Facundo en su whatsapp.
— ¿Pero qué
porquería mandaste?— dijo Juan por el micrófono.
— Es, un juego
buenísimo. Se llama, Evil App— escribió Facundo y agregó— Tenés que probarlo.
Es, aterrador. Lo crearon unos rusos y cuando lo quisieron subir al appstore,
lo borraron por inapropiado. Yo lo bajé de un torrent que me dieron en la deep
web…—
— ¡Uyi La Deep
web. ¡Qué, miedo!— dijo Juan y agregó— Mejor, seguí preparando el trabajo de
anatomía patológica. El profesor rata no nos vá perdonar una. Chau.
Y cerró el whatsapp.
Juan se levantó
de la cama, dio un gran bostezo y fue hasta el baño. Se cepilló los dientes y
orinó.
Juan cursaba
segundo año de medicina en la universidad de buenos aires. Estaba haciendo unos
trabajos para el profesor de anatomía patológica, llamado cariñosamente por
ellos profesor rata, debido principalmente al tamaño de sus orejas y los
prominentes incisivos de su boca.
Juan y Facundo
no habían llegado al cuatro de promedio que necesitaban para salvar la materia.
Se habían pasado la mitad del curso en juergas y borracheras; y ahora estaban
en problemas. El profesor les había dado otra oportunidad y debían completar
varios trabajos prácticos.
— Evil App. ¿Qué,
será eso?— Se dijo Juan mentalmente— ¡¡¡No!!! Tengo que terminar el trabajo. El
maestro Splinter espera…
Después de
escribir varias líneas, Juan se detuvo y miró de reojo el celular que había
dejado en la mesa.
— ¡Me rindo! Don
rata y su lombriz solitaria, pueden esperar—
Y tomó el
celular. Luego rebuscó debajo de la mesa hasta encontrar una conservadora, sacó
una lata de Quilmes y puso los pies sobre la mesa mientras tomaba la cerveza.
Abrió el Evil
App. La aplicación se cargó y apareció en pantalla un menú de idiomas. Juan
eligió español.
Luego apareció
una pantalla donde el creador del Evil App advertía sobre la peligrosidad de la
aplicación.
Juan leyó el
texto deteniéndose de vez en cuando en palabras como: esquizofrenia,
alucinaciones, desmembramientos y lo que te pareció más bizarro; posesión
demoniaca.
— Ese karno…es
todo un loquillo. Vaya
juego que se mandó— dijo Juan.
Juan apretó en
el botón aceptar.
En ese instante
sintió un fuerte pinchazo en el dedo índice y brotó sangre a borbotones.
Juan dejó caer
el celular y apretó con fuerza el dedo. No pudo contenerse más y dio un grito
de dolor.
En el suelo la
sangre de Juan se escurría por el celular mientras en la pantalla se leía:
“Bienvenidos al Evil App”
Facundo salía
del baño cuando escuchó el teléfono celular sonando, lo tomó y vio que tenía
una llamada de Juan por whatsapp.
— ¿Pero te
volviste loco? ¿Qué me mandaste maldito esbirro de satanás? Esa cosa, me dio una patada. Me cortó un
dedo y hasta tuve que enyesarlo— dijo Juan enojado.
— ¡Pará! ¡Pará!
¿Cómo que te cortó el dedo? es un programa— dijo Facundo.
— No sé, pero
casi pierdo toda mi sangre. Tuve que parar la hemorragia con varias gasas— Respondió
Juan.
— Seguro que es
tu teléfono. ¿Todavía tiene, esa batería vieja?— Dijo Facundo.
— ¿La que
pegaste con el chicle y luego dijiste que le faltaban mil imperios?
Pues, sí…— Dijo
Juan sarcásticamente.
— Son, mili
Amperios. Y vos fuiste quien se tiró a la pileta con el aparato en el bolsillo.—
Respondió Facundo.
— Está bien.
Okey. Si vamos a acusarnos la terminamos acá— Dijo Juan y agregó— Pero yo todavía, sigo con
el dedo roto. Explícame que es esa Evil App.
— Es un juego.
Creí que podías hacer gameplays, para tu canal de youtube. Es muy popular, a los
pibes les encanta.— Dijo Facundo.
— ¡Pará! ¡Pará!
Primero, explicame de qué se trata, después vemos lo del canal.—
— ¡Juancho!, ¡Podés
conseguir muchos subscriptores con esta cosa!
Es un juego,
donde vas por la calle y tenés que fotografiar espíritus y fantasmas.—
— ¿y cómo se
supone que haga eso?—
— Por el gps.
Vas por la calle y te aparecen los fantasmas. Tenés que fotografiarlos antes
que desaparezcan.—
— ¿Y aparecen,
de día, también?— dijo Juan sarcásticamente.
— Tenés que salir fuera de tu casa. Prendé el
celular y activalo. Yo te guío.—
Juan movió la
botellita con yodo y las gasas y vendas que tenía sobre la mesa.
Había estado
limpiándose la herida y con una botella de alcohol quitando las manchas de
sangre en la pantalla del celular.
Arrancó un chromebook,
se metió en internet y escaneó el código para celulares en whatsapp web. Luego
cerró el whatsapp de su celular y volvió al Evil App. En la pantalla del menú
leyó que había dos opciones de juego; una para interiores y otra para
exteriores.
Eligió la
opción para exteriores.
Juan tomó una
mochila con varios power bank dentro, el chromebook y puso el celular en modo
zona wifi para compartir 4g con el chromebook. Y salió a la calle.
En la pantalla
del celular podía vereda de la calle donde vivía totalmente desierta. Debajo de
la imagen que mostraba la cámara de su celular se podía ver una barra como de
latidos de corazón similar al de los aparatos que registran los pulsos
cardiacos.
— ¿Y ahora?
¿Qué tengo que hacer?— preguntó Juan.
— Fijate
si tenés cebos. Están dentro del ícono de una mochila.— Le dijo Facundo por el chromebook.
Juan fijó la
vista en una pequeña imagen al costado de la barra, era una pequeña mochila de
montañista. Apretó en ella y apareció en la pantalla dieciséis pequeñas casillas,
en las cuales había cuatro que contenían objetos. Una de las casillas empezó a
pulsar en color rojo. El ítem que contenía era una pequeña botella roja como
las de perfume. La botella tenía una etiqueta que decía: invocador de
espíritus.
— ¿Qué tengo
que hacer con esto?— Preguntó Juan.
— Tenés
que lanzarlo al lado tuyo para atraer fantasmas.— Respondió Facundo.
Juan mantuvo el
dedo pulsando sobre el invocador un momento, luego lo arrastró hacia una
especie de catapulta debajo del menú.
Al introducir
el ítem en la catapulta esta cambió de forma mostrando al invocador en el tazón
de lanzar objetos. Juan tenía una pequeña palanca a un costado de la catapulta
para tensarla, mientras una barra de fuerza subía y bajaba rápidamente.
Juan tensó la
catapulta hasta donde lo creyó adecuado y dio okey en el botón de fuerza. El
invocador salió volando por la pantalla, daba vueltas por el aire hasta caer
tres metros por delante de él. El objeto se estampó contra el suelo y después
de una pequeña explosión de colores, su contenido líquido se esparció por el
suelo provocando burbujas y un vapor de color rojo. Luego de unos instantes
apareció un pentagrama rojo dibujado en él.
— ¡Bien!, eso
atraerá fantasmas. Preparáte para fotografiarlos cuando los veas. Te dan puntos
por cada metro de distancia en el que le saqués la foto. Cuando sumás cien, podés
comprar cebos.— Dijo Facundo.
— ¡Genial!— Dijo
Juan girando el celular en todas direcciones tratando de captar algún fantasma.
Luego de unos
minutos la pantalla comenzó a mostrar una especie de onda pulsante de color
azul recorriendo la calle de Juan.
— El fantasma,
debe estar cerca. Lo que vés es el radar.— Dijo Facundo.
Juan giró el
celular en dirección norte y notó que la barra con el pulso cardíaco aceleraba
su ritmo.
— Estate atento. Vos dale a la tecla del
medio cuando aparezca…debe ser por esa zona.— Dijo Facundo por el chromebook.
Y en efecto, Juan vio acercarse un
fantasma por la calle, flotando en medio del aire. Era el espectro blanco de
una mujer, vestía un vestido de recién casada con un velo traslucido cubriendo
su rostro. Sus ojos eran blancos y su de su boca escurría un líquido verde
gelatinoso.
Juan apretó el
botón que le indicó Facundo y tomó la foto. El celular vibró y un rectángulo
rojo con un pequeño círculo dentro apareció unos instantes en la pantalla.
— Esquivó el
disparo. Tenés que darle otra.— Dijo Facundo.
Juan disparó la
cámara cuatro veces más hasta que acertó en el espectro a tres metros de
distancia. La criatura desapareció desvaneciéndose en el aire. Un rectángulo
azul con un pequeño círculo dentro apareció en la pantalla con la inscripción
“congratulation”. Al instante en el que un más trece aparecía encima de la
mochila de montañista.
Luego de unos
instantes apareció una cartilla rectangular con la descripción del fantasma:
Nombre, la
llorona. Clase, espectro. Peso, desconocido. Altura, un metro setenta y siete.
Hache pe, veinte. Ataque, de cinco a nueve. Conjuros, grito visceral.
Resistencia, cruce y estacas. Efectivo, invocación y agua bendita.
En la parte
superior de la cartilla se podía ver la foto de la llorona tal como Juan la
había captado.
— ¿Qué hago,
ahora? — Preguntó Juan.
— Es una
criatura resistente a las cruces y estacas. Debés usar agua bendita o
talismanes protectores.— Dijo Facundo.
— ¿Dónde
consigo eso?—
— Está en la
mochila. Fijáte de nuevo.—
Juan fue hasta
la mochila y encontró una cruz, dos estacas y una botella de agua bendita.
Juan llevó el
agua arrastrándolo hasta unos huecos por debajo de la barra del menú.
— ¿Y cómo sigue
esto?— Pregunto Juan.
— El bicho, te
aparece por algún lado. Cuando lo tengas cerca, tirale el agua, y después dale
duro con el látigo.— Respondió Facundo.
Juan volvió a
girar el celular en todas direcciones hasta dar con la criatura. Esta vez la
criatura venía desde el noroeste apareciendo detrás de una casa. Cuando estuvo
a cinco metros de distancia Juan lanzó el agua bendita con la catapulta dando
de lleno al espectro. La llorona se detuvo en seco y Juan aprovechó para dar
golpes de taps en la pantalla táctil. Después de veinte taps en la pantalla el
monstruo desapareció dando un chillido de dolor.
— ¡No sabía que
los fantasmas sentían dolor!— Dijo sarcásticamente Juan.
— ¿Acaso, no
conocés a la llorona? ¿Alguna vez viste el chavo?— Le contestó Facundo.
— ¡Ah, sí!
¡¿Dónde están mis hijos?!— Dijo Juan.
— Pues, seguro
que no con chespirito. Doña florinda, no tuvo hijos.— Agregó Facundo.
Juan dio una
gran carcajada y Facundo lo siguió con otra a través del chromebook.
— La llorona,
dejó caer algo en el suelo.— Dijo Juan.
— Andá y
agarralo. Debe ser algo importante.— Respondió Facundo.
Juan se acercó
al objeto tirado en el suelo; era un velo blanco.
— ¿Para qué
será?— Se preguntó Juan.
Luego se agachó
y recogió la tela del suelo. En ese instante una mano blanca se asió de su
antebrazo. La llorona salió por debajo del suelo dando un grito. La criatura
apretó con fuerza el antebrazo, pero Juan pudo zafarse y correr despavorido por
toda la cuadra.
Se detuvo
exhausto después de correr diez cuadras, la risa socarrona de Facundo sonaba desde el whatsapp.
— ¡Hijo, de tu
mamá! ¡Me la hiciste bien! ¡Ya vas a ver!— Le dijo a Facundo.
— ¡Ja,jaj! ¡Tenés
que ver como corriste! ¡Parecías Husaín Volt!— Respondió Facundo.
Juan empezó a
reír pero al voltear hacia la calle la risa se le transformó en una mueca de
horror. Por la calle desde donde había
llegado corriendo, se acercaba la llorona arrastrándose por sus manos y pies.
Gritaba algo que Juan entendió como: ¡quiero a mis hijos!
Asustado Juan
creyó estar sufriendo una alucinación, se refregó los ojos con las manos varias
veces pero la criatura seguía allí; acercándose.
— ¡FACU! ¡LA!
¡LLO! ¡LLORONA! ¡LA LLORONA!— Dijo Juan con voz temblorosa.
— ¿Qué pasa con
la llorona?— Dijo despreocupado Facundo.
— ¡E-está
viniendo hacia acá?—
— ¡Golpeála con
tu carterIta!— Respondió sarcásticamente Facundo.
— ¡No jódas! ¡Esa
cosa viene para acá!— Gritó Juan, mientras Facundo se reía por whatsapp.
— Entonces,
metéle una patada. ¡Qué sé yo!— Respondió Facundo.
La llorona se
arrastró hasta Juan dando terribles chillidos, como si fuese una bestia. Juan tomó un ladrillo partido por la
mitad y se lo arrojó en la cara. El ladrillo estalló en el pómulo izquierdo de
la criatura. Pero no le hizo ningún efecto. Entonces agarró una rama caída del
suelo y empezó a golpear en la cabeza de la criatura. Agudos chillidos salían
de la boca de la llorona pero los impactos de la rama no le hacían nada.
La criatura se
asió de la rama y empezó a forcejear con Juan, su fuerza era impresionante. Juan
era sacudido de un lado a otro como si se tratase de una pluma. Temiendo ser
arrojado al suelo empezó a darle patadas en la cara a la criatura. Con tanta mala
suerte que la llorona lo agarró por una de sus zapatillas.
Forcejearon
unos minutos hasta que Juan pudo quitarse el calzado. Y luego de soltar la
rama, correr desesperado por la acera.
Juan cojeaba a causa de tener un
solo lado de la zapatilla, pero la adrenalina de la situación le estaba dando
alas en los pies. O eso pensaba. Pues ya no sentía nada de la cintura para
abajo. Juan estaba paralizado del miedo.
La criatura lo
seguía detrás gritando y gimiendo. Juan se repetía mentalmente que esto no le
podía estar pasando, justo a él, justo en ese momento. Corrió varias cuadras
sin ver una sola persona por la calle. Trató de abrir varias puertas al paso
pero no tuvo suerte, al final desistió en seguir con la idea de abrir puertas
pues solo acortaba el trayecto entre él y la llorona.
Al dar vuelta
una esquina vio una tapa de alcantarilla abierta y se le ocurrió una idea.
Dio toda la
vuelta a la manzana con la criatura detrás, para luego llegar nuevamente a la
alcantarilla y empujar la pesada tapa de acero hasta abrirla. Solo consiguió
moverla unos centímetros y tuvo que volver a realizar lo mismo varias veces. A
la cuarta vez logro destapar la alcantarilla con sus últimas fuerza. Se alejó
unos metros del agujero y esperó a que la bestia pasara por allí.
— ¡Caéte
dentro! ¡Criatura endemoniada!— Dijo Juan.
La llorona
llegó gritando y emitiendo quejidos lastimeros. Juan volvió a retroceder hasta
tocar el asfalto de la calle con uno de sus pies.
La criatura
llegó hasta la alcantarilla pero justo antes de caer dio un gran salto para
luego caer a un costado de Juan. Él se echó a correr cruzando la calle. La
llorona lo siguió por detrás. Cuando logró cruzar la calle escuchó unos
chirridos de neumáticos detrás suyo, y al voltear vio un colectivo embistiendo
a la criatura.
La llorona rodó
por debajo del colectivo, su cuerpo fue golpeado y zarandeado por las cuatro
ruedas del vehículo. Y cuando apareció por detrás de la carrocería ya no tenía
los brazos, ni las piernas.
La criatura
trató de levantarse, pero un auto que venía por detrás del colectivo le aplastó
el cráneo con su rueda, esparciendo una masa verde y gelatinosa por el asfalto.
Juan se quedó
paralizado por un momento, no podía creer lo que estaba viendo.
El conductor
del colectivo y varios pasajeros se bajaron para ver lo que estaba ocurriendo,
lo mismo hizo el conductor del auto y su acompañante.
En ese momento Juan
reaccionó y corrió por la calle golpeando puertas y pidiendo ayuda. Llegó hasta
una puerta de color azul y al golpearla se abrió. De su interior apareció Facundo
sosteniendo una taza de té en sus manos.
— ¡¿Facu?! ¡¿Qué
hacés acá?!— Le dijo Juan conmocionado.
— Yo vivo acá…
¿Y vos? ¿Qué haces acá?— Respondió Facundo.
— ¡No sé! ¡Vas
a creer que estoy loco! ¡Pero la llorona! ¡La del Evil App…
— Si, ya sé…cuando
te asustaste...— Dijo Facundo.
— ¡No! ¡No es
eso! ¡La llorona me siguió! ¡De verdad!— le interrumpió Juan.
— ¿Estás en
pedo otra vez? ¿Cuantas te tomaste? ¿Dos?
¿Tres?— Preguntó Facundo.
— Tres –
— ¿Latas?—
— Litros… ¡Era
el desayuno!— Dijo Juan exasperado.
— ¡Ay Juan! Sos un alcohólico empedernido. Tu vicio ya te
hace ver alucinaciones. Vamos para el sofá que te hago un té de tilo…—
— ¡Pará! ¡Pará!
Tengo que ir al baño. Mis esfínteres ya no aguantan más...— Dijo Juan corriendo
hacia el baño.
— Bueno…vos te
lo perdés...— Dijo Facundo sacando una petaca de wisky y agregándolo al té. — Vos te lo perdés...—
Cuando Juan
terminó de discutir con sus esfínteres tuvo otra pelea mayor con su estómago,
este le arrojó los platos y la cena del día anterior. Cuando todo fue volcado en su sitio, Juan
estiro la cadena y el conjunto escurrió por el inodoro. Se levantó mareado por
el esfuerzo realizado y abrió la canilla del lavador. Luego de limpiarse las
manos se enjuagó la cara. Al levantar la mirada vio a una niña reflejada en el
espejo.
Asustado dio un
respingo. Luego volteo rápidamente y observó que solo era la imagen de un
poster. Calmado, Juan recorrió el poster con su mirada. Algo oscuro y siniestro
se arremolinó en su interior.
En el poster
había escrito una palabra: Sara.
En ese instante
Facundo llamó a la puerta preguntándole si se encontraba bien.
Juan abrió la
puerta y le pregunto a Facundo.
— ¿Quién es Sara?—
Dijo Juan.
— ¡Ah, viste el
poster!— Dijo Facundo.
— ¡Esa cosa…¡Es
diabólica!—
— Es sólo un
juego. Esas cosas no existen.—
Juan desesperado
se llevó la mano hasta la cabeza. Facundo empezó a preocuparse por su amigo.
— ¿Te
acordás lo que nos dijo el profesor de siquiatría?
Eso, que
después de desintoxicarnos, podíamos tener alucinaciones… y delírius tremis.—
— Delírius
tremens…— Le corrigió Facundo.
— Pero
no tiene sentido… Yo no dejé el chúpi. Solo bajé las dosis y dejé la parranda.—
— Por
ahí, te está agarrando el síndrome de abstinencia…— Dijo Facundo.
— ¡No!
¡No puede ser! ¡Fue todo, tan real! Si no me creés, podés ir hasta la esquina. ¡Ahí
está el cadáver de la llorona! ¡El sesenta y seis, se la llevó puesta!—
Facundo dudó
unos instantes, hasta que finalmente salió a la calle. Antes de irse le dijo a Juan
que cerrara y trabara la puerta. Después de un cuarto de hora regresó nervioso.
— ¿Y?
¿Qué fue lo que viste?— Preguntó Juan.
— No
sé… había mucha gente. Pusieron una valla y taparon todo con un plástico negro.—
— ¡Te lo dije!—
Grito Juan.
— No sé. Mirá. Dicen
que una abuela estaba cruzando la calle y la atropelló un auto.
Por ahí, es
verdad lo del atropello…pero te alucinaste, lo de la llorona.—
— ¡Pero estoy
diciendo la verdad!—
— Okey. Está
bien. Te creo. Ahora, andate a dormir que mañana seguimos con el trabajo
práctico.—
— ¡Yá,ya!— Respondió
Juan agachando la cabeza y moviendo las manos a un costado.
Juan durmió
como un niño esa noche, al día siguiente solo recordó haber soñado con algo
blanco expandiéndose en su mente hasta desaparecer.
Despertó con
migrañas en su cabeza, le pareció como si algo le hubiese arrancado una parte
de la cabeza. Facundo le convidó un café en el desayuno y luego de un rato los
dos se sentaron en el sofá a ver netflix.
— ¿De qué trata
la serie?— Preguntó Juan tomando un par
de maníes en sus manos.
— Es sobre un
profesor de química que descubre que tiene un cáncer terminal. El viejo se re-pira…y
para dejarle plata a su familia empieza a vender metanfetamina.
—Dijo Facundo comiendo maní salado de un tazón.
—Dijo Facundo comiendo maní salado de un tazón.
Juan y Facundo
vieron el capítulo entero y luego el siguiente. En la serie, Eisenhower debía
de preparar cuatro libras de metanfetaminas para un narcotraficante llamado
tuco, algo costoso y muy difícil de hacer, para lograrlo termina modificando la
receta original de la droga y esta adquiere un color azul.
— Es genial. Ese
Eisenhower es un re-capo. Reemplazó la quetamina por melamina, y la merca se
volvió azul...— Dijo Juan.
— Sí. Y el
sombrero para tapar la pelada estuvo buenísimo.— Respondió Facundo.
— ¿Qué tal, si probamos hacer merca?— Dijo Juan.
Facundo se atragantó con la cerveza y luego empezó a reír.
— ¿Estás
loco, vós? Nos pueden meter en cana. Sería todo un quilombo. Si querés guita…
ya sabés lo que tenés que hacer…— Facundo miró hacia Juan giñando el ojo de
forma cómplice.
— Otra
vez eso. Ya te dije que no pienso volver a jugar con esa cosa. No sé si fue una
alucinación, pero no me gustó nada lo que pasó.—
— Dále.
Ya tengo el lugar y todo. Vos solo vas a hacer de presentador. Yo me encargo de
todo.— Dijo Facundo.
— No
sé. Ya me metiste en algo jodido la primera vez. ¿Cómo puedo confiar en vós
otra vez?— Dijo Juan ladeando la cabeza.
— Mirá.
Ya tengo todo planeado. Alquilé diez cámaras, un grupo electrógeno, y hasta una
consola de sonido. Solo necesito que me hagas un favor… que seas el presentador
en youtube.— Dijo Facundo.
— ¿Estás loco?
¿De dónde sacaste tanta plata para comprar esas cosas?— Preguntó Juan.
— Ahorros,
vendí mi riñon… la camiseta que nos firmó el barsa…— Dijo, y sorbiendo un trago
de cerveza agregó— Puras pavadas…—
— ¡¿QUE
HICISTE?! ¡¿QUÉ?!— Gritó Juan.
— No
es para tanto. Es una inversión segura. Además, solo alquilé el equipo. No lo
compré. Con lo que sobró, soborné al sereno del hospital y me compré una faja
para quemar grasas. Mirá...— Dijo Facundo levantándose la camisa.
— ¿Y para qué
sirve eso?— Preguntó Juan.
— Son
para tonificar los abdominales… venían de oferta con el Go Pro –Respondió Facundo.
— ¡Qué
porquería! ¡Por esa cosa vendiste mi camiseta!—
— Ejem…nuestra
camiseta querrás decir. El que te metió en los ductos de ventilación, fui yo. Y
me costó carísimo conseguir los planos del estadio...—
— ¿Pero
qué decís? Si yo tuve la idea de ponerme esa barba y decirle a messi que era un
refugiado sirio. Si nó, ni en pedo salía vivo de ahí.—
— Bueno,
está bien. ¿Me vas a ayudar o no?—
— ¿Y
qué alternativa me dejás?— Preguntó Juan
y agregó— ¿Dónde está el lugar?—
— es,
un manicomio abandonado, sobre la ruta once… Es perfecto para el video… así que
cancelá todo lo que tenés que hacer el viernes por la noche… que ese día
comenzamos.—
Juan miró a Facundo
proyectando una mirada de odio y rencor.
Juan pasó la
semana haciendo el trabajo práctico de anatomía patológica, mientras Facundo le
enviaba mensajes para organizar la quedada de ese viernes por la noche.
La semana pasó sin sobresaltos, y el día
convenido Facundo fue a recoger a Juan en su auto. Juan subió al auto con una
mochila y una cámara digital.
— Voy a grabar
la ida. — Le Juan dijo a Facundo. — A la vuelta hablamos un rato en cámara. —
En el trayecto,
mientras Juan grababa con la cámara, Facundo
le dio unas hojas con el guion del programa. Juan lo leyó detenidamente hasta
el final del trayecto.
Luego de una
hora de viaje, Facundo desvió el auto por un carril secundario y se internó por
una calle con asfalto gastado y semiderruido.
El auto daba
tumbos cada vez que pasaban por un bache, distrayendo a Juan de su lectura.
—Ya llegamos— dijo
Facundo, deteniéndose enfrente de un portón de hierro.
Las luces del
auto alumbran el oxidado portón del cual pendían varias enredaderas, mientras
que una placa de bronce ennegrecida se leía: sanatorio de salud mental. Por
detrás de las rejas se veían los primeros destellos de una inminente tormenta
en el horizonte.
Facundo se bajó
del auto y fue hasta el portón, tiró de las herrumbrosas cadenas y estas
cayeron al suelo. Luego trato de correr las puertas del portón a un lado para
abrirlas de par en par. Cada vez que empujaba el portón los oxidados goznes
emitían un chirrido atronador que retumbaba por todo el lugar.
Facundo logró
abrir el portón de par en par y llegó al auto totalmente exhausto. Subió al
asiento del conductor y puso en marcha el vehículo. Avanzaron quinientos metros
por un camino de asfalto en medio una oscuridad atroz, apenas alumbrada por las
luces del auto.
El monte a los
costados del camino era tupido y el cielo nocturno se encontraba cerrado,
brillando de vez en cuando por un relámpago de la tormenta que se veía venir a
lo lejos.
El auto terminó
su accidentado recorrido doblando en un recodo. Los faros alumbraron un viejo
edificio que parecía estar a punto de venirse abajo. El lugar se encontraba
totalmente abandonado, había muchas ventanas rotas y varias secciones del
edificio estaban derrumbadas.
Juan fijó su
vista en una ventana que parecía tener luz, luego volteó hacia Facundo al darse
cuenta de que solo era el reflejo de las luces del auto contra un espejo de pie
caído contra la ventana.
Facundo detuvo
el auto enfrente del hall de entrada.
Bueno, acá
terminó el paseo, ayudame a bajar las cosas— dijo.
Los dos fueron
hasta el maletero y bajaron varias cajas plateadas. Facundo sacó del fondo del
maletero un carrito para llevar las cajas, las alzó encima con la ayuda de Juan
y las llevó hasta la entrada.
Las luces del
auto se reflejaban en los vidrios de la puerta e iluminaban el hall interior. Facundo
tomó un ladrillo que se había caído de los pisos superiores y lo estampó contra
el vidrio. El impacto no le causó ningún rasguño.
— Lo que me
temía… Blindexs— dijo Facundo.
— ¿Ahora, cómo
hacemos para entrar?— dijo Juan.
Facundo movió
la manija de la puerta hacia abajo y esta hizo un sonoro ¡clack!
— Está abierta…—
musitó Facundo.
Juan y Facundo
entraron dentro arrastrando las pesadas cajas. Facundo encendió una linterna
led alumbrando el lugar. Encontraron la mesa del recibidor vacía, con algunas
carpetas tiradas y varios teléfonos desconectados, cubiertos de polvo.
Limpiaron el
polvo de la mesa con trapos repasadores y colocaron una notebook encima. Facundo
tardó media hora en armar las diez cámaras con sus trípodes y conectarlas a la
notebook. Por último conectó una consola de sonido al aparato y se dio por
satisfecho.
Casi me olvido.
Dijo. Arrastró una de las cajas hasta la mesa y sacó un grupo electrógeno de
dos kilowatts, le instaló una ficha para varios enchufes y a estos conectó ocho
reflectores leds.
— Por las dudas—
dijo Facundo.
— ¿Para qué son
las cámaras?— preguntó Juan.
Para captar
sucesos paranormales— dijo Facundo mirando el monitor de la notebook. En la
pantalla se veían diez pequeños recuadros con las imágenes que captaban cada
cámara.
— ¿Estás seguro
de hacer esto?— preguntó Juan haciendo una mueca.
— No te
preocupes. Lo tengo todo bajo control.— respondió Facundo y agregó—¡Pásame el
chromebook!—
— Está en el
auto. Voy a buscarlo.— dijo Juan.
Juan salía del
hall en el momento en el que unas gotas de lluvia caían del cielo. Avanzó hasta
el auto alzando la vista por un instante hacia el oscuro cielo, las luces del
auto empezaron a fallar y amagaban con apagarse.
— Seguro que
las baterías son viejas… — pensó Juan, mientras volteaba la cabeza hacia los
lados buscando en la oscuridad alguna alimaña que lo pudiese atacar.
Llegó
sigilosamente hasta la puerta trasera del vehículo y revisó el asiento trasero
buscando una mochila. Al dar con ella salió del auto y empezó a caminar
nuevamente hacia el edificio.
En ese momento
se sintió una opresión en el ambiente. Por un instante Juan creyó ver una
sombra moviéndose en el bosque. Agudizó la vista pero no pudo ver nada. Luego
dirigió su mirada hacia el edificio iluminado por las luces del auto, en una
ventana vio a una niña mirando por la ventana. Las luces se apagaron. Un
relámpago iluminó y Juan pudo ver la figura de la niña unos instantes hasta que
la luz se disipó.
El edificio
quedó a oscuras.
Se escuchó unos
golpeteos y el sonido de un motor en marcha. Unas desde el hall cegaron a Juan.
— ¡Te lo dije!
¡Mejor prevenir que curar! — Se escuchó gritar a Facundo desde el interior.
Juan dio
gracias al cielo por la idea de su amigo.
— ¡Entrá antes
que llueva! — le gritó Facundo.
Juan se acercó
hasta las puertas del edificio con la mochila sus espaldas. Cuando estuvo a
unos metros de la entrada una ventana del cuarto piso estalló en pedazos y un
espejo de pie salió despedido por él.
Juan alzó la
vista y vio el espejo cayendo. A último momento rodó a un costado esquivándolo.
El espejo cayó al suelo partiéndose a la mitad, su parte inferior se hizo
añicos contra el suelo.
Desde el suelo Juan
miró unos instantes el espejo, conmocionado. Luego se levantó y se acercó
lentamente hasta él. Pudo ver que su parte superior no estaba rota y que el
cristal solo tenía algunas rajaduras.
Al mirar a
través del cristal pudo ver el reflejo de la niña. La chiquilla no tenía ojos,
su piel era blanca y pálida. La mitad de su cara y cuero cabelludo estaban
marcadas con cicatrices de quemaduras.
La niña
extendió un brazo tratando de agarrar a Juan. Él retrocedió asustado.
— Juan, ¿estás
bien?— Dijo Facundo.
— Lo, lo, ¿lo
viste?— Le preguntó Juan aterrado.
— ¿Qué cosa?— Dijo
Facundo.
— ¡El espejo! ¡La
cosa del espejo!— Grito Juan.
— ¡¿Otra vez en
pedo?!— Dijo Juan y agregó— ¿Qué fuiste
a hacer al auto? ¿No te habrás bajado una petaca?
¡Vi algo
tarado!— le gritó Juan exasperado.
Bueno, bueno.
Vamos para adentro que llueve.— respondió Facundo.
Facundo ayudó a Juan a pararse y lo llevó hasta el edificio. En ese momento empezó a llover torrencialmente. En pocos minutos, el aguacero hizo que varias partes del hospital se inundaran y que el agua se filtrara en el hall principal por goteras de todo tipo.
Facundo tuvo que
improvisar una carpa con un viejo gacebo para que los equipos no se mojaran.
Unas gotas de
agua que se filtraron por el techo cayeron sobre Juan sacándolo del estado de
embotamiento en el que se encontraba. Se refregó el agua por el antebrazo de su
camisa y le preguntó a Juan como estaba la situación.
— Pésimo. Solo nos quedan dos horas de luz y
con esta lluvia no creo que venga gente— Respondió.
— ¡Gente! ¿Qué
gente? — Le preguntó Juan asombrado.
— Bueno, mirá…Te
lo estaba por decir… Pero como sabía que te ibas a enojar…— dijo Facundo.
— ¡Invitaste
más gente!— Le gritó enojado Juan.
— Era una
sorpresa…se suponía que ellos nos iban a ayudar con el equipo.— Respondió Facundo.
— ¡No podés ser
más estúpido!— le gritó aún más fuerte Juan.
— Pero no te
preocupes. Que llamo a Cucaracho, y le digo que no venga.— dijo Facundo.
— ¿Qué tiene que
ver Cucaracho con todo esto? No me digas, qué…—
Se escuchó un
par de ruedas rechinando a lo lejos. Dos luces alumbraron el hall principal.
— Sí… Sí, te digo...—
Agregó Facundo.
Una camioneta
avanzaba descontrolada en la oscuridad virando de izquierda a derecha.
— Debe estar en
pedo. Otra vez...— Dijo Facundo.
La camioneta
avanzó a toda velocidad hasta llegar al hall. Embistió la puerta de blindexs
sacándola de cuajo y se introdujo en el hall. Detuvo su marcha chocando contra
una columna del edificio. El impacto desmoronó parte del piso superior sobre el
motor de la camioneta, llenándolo de escombros.
La puerta de la
camioneta se abrió cayéndose al suelo. De su interior apareció un hombre
corpulento y bastante gordo. Vestía una camisa de leñador roja a cuadros, un
pantalón militar de camuflaje y unos borceguís negros. Unos anteojos negros
completaban el look.
— ¡Frany! ¡Ya
vine!— Dijo el hombre totalmente borracho.
— ¿Otra vez
pedo, Cucaracho?— Le preguntó Facundo.
— Solo le dí
unos tragos, como me dijiste…— Respondió Cucaracho tambaleándose.
— ¡No! ¡No! ¡Y
no! — Facundo ladeó la cabeza haciendo un gesto de desaprobación.
— Esh que sobró
cerveza…y además no me alcanzó la plata para las bitches… ¡Pero no te
preocupes! ¡La mercancía está intacta!— Dijo Cucaracho destapado una lona
mojada de la parte trasera de la camioneta. Diez barriles brillaron a la luz de
los reflectores.
— ¡Te dije que
solo trajeras tres barriles!— Gritó Facundo.
— Y por qué no
me lo explicaste antes… ¿Y ahora qué hago con la pizza?— Dijo Cucaracho.
— ¿Pizza? ¿Qué
pizza?— Preguntó intrigado Facundo.
— ¡Cómo que
“qué pizza”! ¡Las veinte pizzas que encargué! ¡No vamos a estar chupando con el
estómago vacío!— concluyó Cucaracho.
Se escuchó el
sonido estridente de una moto avanzando en medio de la lluvia. Una moto
apareció en medio de la oscuridad hasta detenerse en la entrada del hall,
debajo de una pared semiderruida del segundo piso.
Un chico flaco
y desaliñado bajó de la moto ataviado con un rompeviento amarillo. Se sacó el
rompeviento y lo sacudió a un costado.
El chico usaba
una camiseta blanca con una imagen de kurt Cobain, unos jeans rotos y unas
zapatillas Convers. Se quitó el casco, mostrando la mitad de su cabeza rapada y
la otra con unas rastas teñidas de verde. Fue hasta la puerta del hall y llamó
dando pequeños golpes en la puerta de blindexs. La puerta cayó hacia dentro
estampándose contra el piso. El chico se quedó mirando la puerta unos momentos,
preguntándose si se había mandado una macana, hasta que alzó la vista y vio a
tres hombres dentro del hall.
Cuidadosamente
se introdujo dentro del edificio, esquivando la puerta.
— Hola soy
Germán— dijo el chico.— ¿Alguien encargó veinte pizzas?—
Yo, yo…— Dijo Cucaracho
levantando las manos.
— Son 1600
pesos, más propina— Dijo Germán.
Cucaracho se
tocó los bolsillos del pantalón y la camisa. Al no encontrar la billetera se
pasó la mano por la espalda y se bajó los pantalones para seguir buscando.
Germán
incómodo, miró hacia los techos del hall mientras decía— Que lugar más copado… ¿Ustedes lo están
remodelando?—
— No. Estamos
haciendo un ritual satánico. ¿Querés participar como víctima?— Respondió Juan.
Germán lo miró
asustado.
Facundo rio a
carcajadas y le palmeo la espalda.
— En realidad,
estamos filmando una quedada para youtube.—
— ¡Uff! ¡Qué
alivio!— Dijo German.— Yo también
participé en exploraciones urbanas y varias quedadas…—
Cucaracho se
subió la cremallera de los pantalones y dijo.— Uuuyyy… ¡Me olvidé la billetera cuando estaba
cagando en el baño! ¡La puta madre!—
— Yo no traje dinero
— Dijo Facundo.
Cucaracho, Facundo
y German miraron hacia Juan.
— Solo traje mi
tarjeta de crédito.— Dijo Juan.
— No importa.
También aceptamos tarjeta de crédito…— respondió Germán.
Juan revisó su
mochila y sacó una tarjeta visa del interior. Se la dio a Germán y este llamó
al local por su teléfono celular.
Después de unos
minutos German le devolvió la tarjeta y dijo— Ya está. El ticket se lo enviamos a su
domicilio cuando hagamos la transferencia bancaria.—
— No te hagás
drama, Juan, Vos cárgalo a mi cuenta…— Dijo Facundo.
— ¡Están
buenísimas! ¡Porqué no probás una!— Dijo Cucaracho comiendo una porción de pizza.
— No tengo
apetito…y ahora…ni guita— Respondió Juan y agregó— ¿Y qué vamos a hacer con
tantas pizzas?
Cucaracho y Facundo
se miraron.
Veinte minutos
después Cucaracho salía tambaleándose de una habitación, llevaba un casco con
una cámara Go pro adosado a la cabeza.
— Ya está, ya
puse todas las cámaras. Espérenme…enseguida voy por el chupi…— Dijo Cucaracho.
Facundo miro a
otra cámara mientras Germán colocaba un trípode.
Facundo se
colocó un casco con el go pro y le dijo a Juan.— Vos esperame por acá, que coloco estas dos que me quedan.—
Agarró dos
cámaras y dos trípodes bajo el brazo. Desapareció de la vista de Juan subiendo
las escaleras del segundo piso. En la pantalla del monitor se podía ver las
ocho cámaras instaladas por Cucaracho y German. Pasaron quince minutos y German
llego por una puerta del pasillo.
Dijo.— ¿Y qué onda? ¿Todo bien?—
—Todo bien…solo
falta que Facundo coloque las últimas cámaras…—Respondió Juan.
—Te quería
hacer una pregunta ¿Vos sos el youtuber que se llama, Mospeda Cloud?—Dijo
German.
—Sí. Ese soy
yo.—Contestó Juan.
—¡Qué copado! ¡Ya
decía yo que conocía tu cara!—Dijo German.
—Estoy ayudando
a un amigo. Pero con esta lluvia, no creo que podamos hacer mucho.— Respondió Juan.
—Juan, me
escuchás…—Dijo Facundo por un handi.
—Si, te
escucho. Decime.—Dijo Juan.
—Ya está lista
la cámara. Empezá a grabar cuando te avise.—
—Cucaracho no
apareció todavía.—
—No te preocupes…yo
lo encuentro.—
Diez minutos después
los dos se encontraban en el hall de entrada, reunidos junto a Juan y German.
—Bueno, está
todo listo.—Dijo Facundo.— Ahora,
solo hace falta voluntarios para las gafas de realidad virtual.—
Juan y German
se miraron.
—Yo, yo…—Dijo Cucaracho
levantando una mano mientras sostenía un pedazo de piza en la otra.— Vos dame
esa garrafa que yo la subo hasta la punta del empire state…
—Genial—Dijo Facundo.
—Yo también
puedo ir. Pero déjame una buena propina…—Dijo Germán.
Luego de
mostrar unos planos del hospital a Germán, Facundo le colocó las gafas de
realidad virtual a Cucaracho.
—¡Wow! ¡Se ve
todo como en una película de Joliwud!—Dijo Cucaracho rascándose el ombligo.
—Vos solo
seguime. Que yo te digo lo que tenés que hacer.—Respondió Facundo.
—¿Qué juego van
a jugar?—Preguntó Juan.
—Uno nuevo.
Ya te lo digo… no seas impaciente...—Dijo
Facundo. Sacó el celular de su bolsillo y abrió la aplicación Evil App.
Facundo
desplegó el menú de juego.
Dijo en voz
alta.— El juego de Sara…
no. La llamada del diablo… tampoco. La hija... ¡Ya lo tengo! ¡Vamos a jugar
a...—
Facundo toco
una tecla al costado del nombre del juego y una voz dijo.
—VERÓNICA. LA
HIJA DEL DIABLO.—
En ese instante
un relámpago iluminó el hall de par en par. Juan sintió un mal presentimiento…
El agua de la
lluvia escurría por las escaleras, adentrándose en la oscuridad del manicomio.
La lluvia
penetraba por varias ventanas rotas y por los pisos superiores que se habían
desmoronado. El agua creaba grandes charcos, y estos a su vez se filtraban por
los techos hasta caer en el hall principal.
Juan temió por
un momento, que toda el agua acumulada derrumbase el edificio de un momento a
otro.
En el monitor
de la Notebook que Juan tenía enfrente suyo, se podía ver a Facundo caminando
por una oscura habitación con las gafas de realidad virtual puestas.
Facundo movía
el visor de realidad virtual hacia varios lados de la habitación, mientras
decía—¿alguien ve algo?
—No…no hay nada
por acá.— Dijo Germán.
—En las cámaras
no se ven nada…—Contestó Juan.
—Por acá
tampoco…—Dijo Cucaracho y agregó—Salvo por esa pendejita medio rara que está en
la esquina del cuarto—
—Cucaracho,
quédate quieto… ¿Decime dónde estás? —Dijo Facundo.
En las gafas de
Cucaracho se podía ver a una niña de doce años, sentada en el piso dibujando
sobre un cuaderno con dibujos. A un costado de la niña había unas tijeras de
peluquero. Cucaracho se acercó tambaleándose hasta la niña.
—¡Eh! Piba,
ándate a tu casa que ya cerramo. Podés venir mañana con tus papis, si querés… —Dijo
Cucaracho.
—Chiquita…—Dijo
Cucaracho tocando a la niña por el hombro.
La niña estiró
un brazo hacia adelante, lo giró varias veces hacia los costados haciendo
crujir sus huesos, para finalmente acabar torciéndolo hacia abajo.
La niña toco la
mano que Cucaracho había colocado en su hombro, con el brazo dislocado. En ese
instante, Cucaracho sintió una corriente helada subiendo por su espalda y notó
la presencia de la niña detrás suyo.
Una voz le
susurró al oído.—¡Tú me llamaste! Ahora vamos a jugar…—
La niña tomó
las tijeras, mientras apretaba fuertemente las manos de Cucaracho haciéndole
gritar de dolor. Alzó la tijera en alto y apuñaló el cuaderno de dibujos.
Se abrió un
gran agujero en medio del cuaderno, brotando tinta negra a borbotones. Una
quemadura en forma de cruz, apareció en el antebrazo de Cucaracho produciéndole
un gran dolor.
La niña apuñaló
el cuaderno varias veces más, hasta embadurnarlo de tinta negra. Otras cruces
aparecieron por el brazo de Cucaracho, y este no aguantando más, gritó de
dolor.
La niña soltó
la mano de Cucaracho, dejándole varias marcas rojas de sus dedos. Luego se paró
de espaldas a Cucaracho, y torció su cabeza hasta descolocarla, mirando hacia Cucaracho.
Cucaracho pudo ver la pálida cara de la niña. No tenía ojos, algo o alguien se
los había arrancado. Su piel era blanca y llena de pequeñas venas reventadas.
Su cara estaba quemada por la mitad, al igual que su cuero cabelludo.
Una risa diabólica
surgió del interior de su negra y oscura boca.
La niña dobló
su cuerpo por la mitad, y se arrastró por el cuarto sosteniéndose por sus manos
y pies. Saltó hacia una pared y subió al techo como si fuese una araña. Luego
desapareció, introduciéndose en el interior de un pequeño agujero que había en
la pared.
—La-la nena… —Dijo
Cucaracho asustado.
—No es real, es
un programa de computadora…—Respondió Facundo.
—¡Pero me quemó
el brazo!—Dijo Cucaracho indignado.
—Es solo tu avatar, no te va a pasar nada…sos
un cagón…—Dijo Facundo.
Cucaracho le
lanzó todo tipo de insultos a Facundo, mientras este se reía a carcajadas.
Al otro lado
del edificio, Germán alzó la vista con sus gafas de realidad virtual, y vio a
la niña pasar por la puerta del cuarto donde se encontraba.
—Chicos, esa nena
pasó por acá…—Dijo Germán.
—¡Seguila!—Contestó
Facundo.
—¡Voy! ¡Voy!—Dijo
Germán corriendo hacia la puerta.
Al llegar al
dintel, vio a la niña doblando por un recodo dirigiéndose hacia las escaleras.
—¡Vá para el
tercer piso!—Dijo Germán.
—¡Voy para allá!—Dijo
Facundo.
—Sho también
voy…a esa pendejita voy a darle unos buenos cintarazos.—Dijo Cucaracho.
Facundo subió por las escaleras hasta el tercer piso. Los pasillos del edificio de cuatro plantas, se encontraban sucios, desordenados y totalmente a oscuras.
Facundo
recorría los pasillos alumbrándolos con una linterna led de alta potencia.
Finalmente llegó hasta un pasillo angosto cubierto de polvo, donde varias
camillas oxidadas cortaban el paso.
Alumbró con la
linterna el lugar, y pudo ver que al fondo del pasillo la pared se había
derrumbado, volcando un estante vacío del piso superior.
Facundo avanzó
esquivando las camillas y varios trastos desparramados por el piso. Pasó al
lado de un agujero lleno de basura en medio de una pared, y al cruzarlo varias
ratas salieron despavoridas de su interior. Una gota de agua cayó sobre su
cabeza, mojando la pantalla de su gafa de realidad virtual. Facundo la limpió
con la manga de su camisa y siguió buscando a la niña por el lugar.
La pantalla de
las gafas mostraba una barra de latidos en la parte inferior, y una especie de
pulso azul recorriendo el lugar donde se enfocaba la cámara. Al pasar la vista
por una puerta arrancada, los latidos empezaron a crecer en intensidad.
Facundo pudo
ver a la niña saliendo de la puerta y cruzando el pasillo, hasta internarse en
otra habitación. Facundo fue corriendo hasta allí, y lentamente se asomó por el
dintel de la puerta. Alumbró el interior de la habitación, pero no vio a nadie.
Se introdujo en el interior del cuarto y recorrió cada recodo a la luz de su
linterna led.
En el pasillo
se escuchó un golpe contra las camillas metálicas. Luego se escuchó el rechinar
de unas ruedas avanzando por el pasillo. Facundo creyó por un momento que
alguien se acercaba andando en sillas de ruedas. Pero luego lo desestimó, al
darse cuenta que el sujeto se golpeaba torpemente contra las camillas al
avanzar.
Un relámpago
alumbró por un momento el pasillo, proyectando la sombra de un hombre
corpulento, arrastrando algo que a Facundo le pareció un hacha gigante
Facundo
retrocedió unos pasos, tomando un viejo caño de hierro del suelo.
—Por si acaso.—
Pensó.
La figura del
hombre se acercó más y más, hasta que paró en seco a unos pasos del dintel de
la puerta.
Facundo alumbró
el dintel de la puerta al momento en el que el hombre corpulento lo cruzaba.
—¡¿Cucaracho?!
¡¿Qué haces acá?!—Dijo Facundo.
—Hola, Facu.
Mirá, este juego ya me tiene los huevos por el piso. Así que me saqué los
anteojos. Y cuando ví a la pendeja, vine para acá…—Contestó Cucaracho, arrastrando un carrito con un barril de
cerveza encima.
—¡¿Pero qué
haces arrastrando esa garrafa de gas?!—Preguntó Facundo.
—No es una
garrafa…encontré unos tubos de oxígeno y le metí encima del carrito un barril
de cerveza —Contestó Cucaracho, mientras tomaba cerveza desde una manguera
conectada al barril que llevaba el carrito.—No voy a ir por ahí con el marote
seco… ¿Querés probar?...está buenísima…
—Sos un
borracho de cuarta…—Dijo Facundo y agregó.—Parece que te vás a morir si no le
dás al chupi…
—Y qué querés
todo es culpa de la sociedad…—Contestó Cucaracho restregándose la cerveza de la
cara con la manga de su camisa.
—Sí, sí. Decime
una cosa ¿Cómo hiciste para llegar hasta acá sin las gafas? Esto está más
oscuro que la cueva de batman— Dijo Facundo.
—¿Batman? No
conozco a ese señor…y ya te dije que seguí a la mocosa esa…andaba caminando por
el pasillo cuando la ví… y me mandé de una…—Respondió Cucaracho.
—Otro que
alucina como Juan ¿Pero cómo hiciste para verla si no tenés las gafas?—Preguntó
Facundo y agregó.—Ustedes dos deberían ir a contar sus alucinaciones a los de
alcohólicos anónimos…—
—¡Qué
alucinaciones, ni que ocho cuartos! ¡Ví a la pendejita con mis propios ojos!
Además está la musiquita ¿Qué no la escuchás?— Respondió Cucaracho.—Yo la
escucho desde que me caí de las escalera y se me hizo bolsa el auricular.
—¿Estás loco?—Dijo
Facundo.
—Quitate el
auricular, tarado—Respondió Cucaracho.
Facundo corrió
las correas que sujetaban las vinchas del auricular a su cabeza, y se los
quitó. En la habitación sonaba una melodía triste y melancólica, similar al
sonido de una caja musical.
—¡Qué te
dije! Lo seguí hasta acá, pero parece
que viene de arriba—Dijo Cucaracho señalando el techo.
—Sí, viene del
cuarto piso…—Dijo Facundo agudizando el oído.
—¡Vamos para
arriba!—Dijo Cucaracho.
—¡Esperá que le
aviso a los otros!—Dijo Facundo tomando el handi que había colgado de su cinto.
—¡Juan, me
escuchás!— El aparato solo emitía sonido de estática.—¡Juan, estás ahí!—
Facundo volvió
a dejar el handi en su cinturón y dijo a Cucaracho.—Parece que perdimos
contacto con Juan. Tendremos que ir a ciegas…
—Esto es culpa
de la pibita esa. No le voy a dar cerveza…—Dijo Cucaracho.
Las alimañas
que vivían en el edificio vagaban sin rumbo, buscando un lugar donde refugiarse
de la lluvia, pues los pisos superiores estaban inundados por las múltiples
filtraciones de agua. De tal envergadura eran estas filtraciones, que la
presión del agua sobre las paredes producían grandes crujidos, los cuales
retumbaban hasta el hall principal donde se encontraba Juan.
Juan miró por
el monitor de la Notebook. Varias cámaras se habían caído, y de las diez solo
funcionaban cuatro. Vio a Facundo y a Cucaracho saliendo de un cuarto, y
avanzando por un pasillo atravesado por camillas.
El sonido de
las cámaras se habían ido, y el handi que habían pactado utilizar en caso de
emergencia, solo emitía un sonido de interferencia. Trató de llamar a Facundo
por el teléfono celular, pero el aparato tampoco tenía señal.
Juan escuchó
crujir el techo a sus espaldas, y cuando volteó vio caer un pedazo de
mampostería, seguido por una pequeña línea de agua, la cual escurría hasta el
suelo.
Una rata
desprevenida corrió por en medio del agua, hasta refugiarse en un viejo
archivador oxidado.
Al fijar la
vista de nuevo en la pantalla, Juan vio a Germán doblando la esquina de un
pasillo. El chico tiritaba de frio, pues se había dejado el rompevientos a un
costado de la moto, y solo llevaba la camiseta de kurt Cobain.
Tampoco tenía
el casco de realidad virtual puesto, pues le estaba empezando a doler los ojos,
a causa del contraste entre la luz de la pantalla y la oscuridad del ambiente.
Así que solo
dejó las luces del flash del casco encendido, alumbrando el lugar.
Juan vio por el
monitor que Germán parecía estar hablando con alguien, pero no podía entender
lo que decía, por la oscuridad del ambiente.
Germán se
acercó hasta la cámara de Juan y empezó a mover las manos de un lado a otro,
tratando de llamar su atención.
—Se habrá
descompuesto…—Pensó Juan.
Germán tocó la
pantalla de la cámara con la punta de su dedo, y dijo algo. Luego empezó a reír
mientras hablaba, y señaló por detrás suyo.
De repente su
cara cambió de una risa a un gesto de angustia al mirar por detrás de la
cámara. Germán desapareció del foco de la cámara moviéndose a un costado.
En el hall
principal una puerta se cerró de un fuerte golpe. Juan se estiró por encima de
la mesa recorriendo el hall con su mirada. Un relámpago iluminó el lugar,
revelando varios charcos creados por las múltiples goteras del techo, en medio
de las cuales flotaban viejos trastos arrastrados por la corriente. De la
escalera que bajaba del segundo piso escurría una pequeña catarata, arrastrando
el agua de lluvia de los pisos superiores.
En ese instante
Germán volvió a aparecer en el monitor.
Se lo veía retroceder asustado, mirando aterrorizado algo por detrás de la
cámara. Después de retroceder varios metros, tropezó con una caja y cayó al suelo
inundado por el agua de lluvia.
Trató de
levantarse resbalando varias veces contra el suelo. Cuando pudo incorporarse
empezó a correr por el pasillo, mirando de reojo hacia un punto por detrás de
la cámara.
Juan lo vio
desaparecer tras el dintel de la puerta, internándose a toda pisa en un oscuro
pasillo. Luego de un momento apareció delante de la cámara un bulto negro
moviéndose rápidamente. El bulto tenía forma humanoide, y despedía unas motas
de color negro a su alrededor. Se internó en el pasillo por donde se había ido
Germán, y desapareció ante la atónita mirada de Juan.
Después de
varios minutos, Juan notó que algo se movía tras el oscuro dintel de la puerta.
En la pantalla
apareció Germán exhausto, se recostó por el dintel de la puerta tratando de
tomar aire. Tenía el pelo revuelto y toda la ropa mojada. Dijo algo hacia la
cámara. Juan lo notó muy asustado y su cara estaba totalmente demacrada, como
si hubiese visto algo macabro y terrorífico. Dio unos pasos acercándose hasta
la cámara, cuando algo lo tumbo al piso y lo arrastró de los pies. Germán se
agarró del dintel de la puerta, mientras una fuerza invisible lo estiraba. Sus
pies quedaron suspendidos en el aire y llegaron a tocar el techo. Luego de unos
minutos de forcejeo, Germán cayó pesadamente al suelo, creando una pequeña ola
de agua en el piso inundado.
Al tratar de
levantarse, Juan vio como algo lo agarraba nuevamente de las piernas y lo
arrastraba por el inundado suelo del cuarto. La fuerza invisible lo arrastró
hacia la cámara, tumbando el trípode. La cámara quedo inclinada, pero
igualmente Juan pudo ver a Germán aferrándose al dintel de la puerta que se
encontraba hace unos momentos por detrás de la cámara.
Detrás de
Germán, Juan pudo ver a una sombra con forma humanoide sujetando los pies de
Germán. El cuerpo de la figura humanoide era un bulto negro y sus ojos eran de
un color amarillo brillante. Los clavos del dintel de la puerta empezaron a
desclavarse, la madera empezó a desquebrajarse. En ese momento Juan vio el
horror y el espanto reflejándose en la cara de Germán. La madera del dintel se
deshizo a pedazos, y Germán desapareció, arrastrado hacia la oscuridad.
El agua de la
lluvia escurría por las escaleras, adentrándose en la oscuridad del manicomio.
Un relámpago de
la tormenta se reflejó en un vidrio roto, mientras Cucaracho y Facundo
recorrían un pasillo del cuarto piso.
Había varias
grietas en el techo, escurriendo agua de la azotea. El piso se encontraba
agrietado, y el agua escurría por varios huecos. Cucaracho hundió su pierna
izquierda en un hoyo del piso, con tanta mala suerte que su pie atravesó la
grieta, y quedó colgando del piso contrario. Facundo fue en su auxilio, y lo
ayudó a salir, estirándolo por sus brazos. Aprovechó la situación, y le
reprochó por ir con el carrito de cerveza a cuestas, ordenándole que lo dejara.
Cucaracho se
resistió a dejar el carrito, e insistió de tal forma, que Facundo tuvo que
prometer que le compraría una bolsa de maní y un kilo de picada, si paraba de
hacerse el pesado.
Llegaron hasta
una puerta ubicada al final del pasillo. Facundo iluminó el cuarto con su
linterna, la luz reflejó un pedazo de vidrio roto, y este a su vez el demacrado
rostro de Facundo.
Cucaracho, que
se encontraba en la mitad del pasillo, trató de arrastrar el carrito de cerveza
hasta el cuarto. Pero se le atoró una de las ruedas, en un hueco del piso.
—¡Uy! ¡Qué
porquería! —Dijo Cucaracho.
—¿Qué te pasó
ahora, Cucaracho?—Dijo Facundo, alumbrando a Cucaracho, mientras este
forcejeaba con el carrito atorado.
— Se me atoró
la mercancía. Pero no te preocupes que ya lo saco.—
Cucaracho jaló
varias veces del carrito, pero este no se movía, y mientras más jalaba del
carrito más se hundía en el piso. Trató de hacer fuerzas con las piernas, pero
solo consiguió que se le cayeran los pantalones.
—Dejalo…esa
cosa ya no sale de ahí—Le dijo Facundo.
—Vos aguantá un
cacho. Que ya te lo saco…—Respondió Cucaracho, subiéndose los pantalones
caídos.
Cuando intentó
jalar nuevamente el carrito, se escuchó un fuerte ruido y una parte del suelo
se hundió. El carrito de cerveza desapareció por una gran abertura en el suelo.
Facundo tomó del brazo a Cucaracho antes de que este se arrojase por el hueco.
El barril
siguió la trayectoria que le indicaba la gravedad, cayendo pesadamente en el
piso inferior hasta atravesarlo… y luego el siguiente. Acabó su recorrido en el
primer piso.
Cucaracho miró
por el hoyo que había en el suelo y dio gracias al cielo, al ver que su
preciado barril de cerveza se encontraba intacto.
—No te
preocupes, mi vida. Ya voy para allá…—Dijo Cucaracho gritando por el agujero
del piso.
Cucaracho se
paró, tomó a Facundo de los brazos y dijo.—Facu, esperame acá. Tengo que ir a
rescatar a una damisela en peligro…—
—Tené cuidado…—Le
respondió Facundo.
Cucaracho
corrió por el inundado pasillo, y se internó en el cuarto desde donde había
venido Facundo. Confundido, recorrió el lugar con su mirada, un relámpago
alumbró la habitación y pudo ver una pequeña cajita musical encima de unos
escombros. También divisó algo extraño moviéndose en la oscuridad.
—¡Es por allá,
pedazo de boludo!—Le gritó Facundo, señalando hacia el lado del pasillo por
donde daban las escaleras. Al percatarse de su error, Cucaracho dio media
vuelta, salió del cuarto, y fue
corriendo hacia Facundo.
—¡Tené cuidado
con el pozo!—Le dijo Facundo mientras pasaba corriendo a su costado.
—¡No te
preocupés por el mozo que yo pago la cuenta!—Dijo Cucaracho, al momento en el
que uno de sus pies caía dentro del pozo.
Cucaracho cayó
pesadamente dentro del pozo, agrandando la abertura. Atravesó dos pisos en la
embestida, hasta caer a un costado del barril.
Adolorido, Cucaracho
dio media vuelta, entre una blanquecina nube de polvo y restos de mampostería.
Tanteó el suelo, y encontró a su costado el barril de cerveza. Lo besó varias
veces dándole gracias al cielo.
—¿Estás bien?
¿Te rompiste algo?—Le dijo Facundo por la abertura.
—Estoy bien, no
me pasó nada…—
En ese
instante, el suelo por debajo de Cucaracho cedió, desmoronándose. Cucaracho
cayó hasta el sótano del hospital.
—¡Cucaracho!—Gritó
Facundo.
Se escuchó un
fuerte golpe. Luego el sórdido silencio del edificio. Facundo llamó varias
veces a Cucaracho.
—Estoy bien…caí
encima de unos colchones…—Dijo Cucaracho aferrándose al barril de cerveza.
—¡Quedate ahí
que voy a buscarte!—dijo Facundo.
—No te
preocupés al pedo. Seguí buscando a la pendejita que yo estoy bien. Enseguida
salgo de acá—
—Está bien.
Cuando encuentre a la chiquita, voy por vos. No te movás mucho, nomás. —
Facundo dio media vuelta, y se dirigió
nuevamente al cuarto de dónde había salido. Alumbró el cuarto con su linterna
led, pero solo encontró restos de cajas y otras chucherías desparramadas.
Al posar la luz
sobre los restos de una pared derrumbada, divisó una pequeña cajita musical. Se
acercó lentamente hasta ella, alumbrándola con su linterna. El reflejo de la
luz hizo brillar el plástico pulido, el cual era de color rojo escarlata. Facundo
estiró su mano lentamente, hasta tocar la tapa de plástico. Abrió la cajita con
cuidado, revelando su contenido. Un pequeño espejo proyectó la figura de Facundo
en su interior. A un costado, una pequeña bailarina en miniatura danzaba al
compás de una melancólica música.
La música de la
cajita se expandió por todo el edificio, como si algo lo hubiese amplificado
por un altavoz. Juan, Cucaracho y Facundo, escucharon la siniestra melodía
recorriendo el hospital. El sonido parecía provenir de todos lados.
Facundo se tapó
los oídos y cerró la pequeña cajita musical. El sonido cesó en ese instante. Facundo
respiró aliviado cerrando los ojos por un momento. Sintió un fuerte apretón, y
al abrir los ojos vio una mano blanca, pálida, sujetándole el antebrazo.
Alzó la vista,
y vio a una niña sin ojos sosteniendo la cajita musical en sus manos.
—Gracias por
encontrar mi cajita musical…—Dijo la chiquilla. Facundo trató de incorporarse,
resbalando en el agua que había inundado el piso.
—¿Quién sos
vos? ¿Qué hacés a estas horas por acá?—Dijo Facundo incorporándose. La niña
sacó unas tijeras de sus ropas harapientas.
—Tengo muchos
nombres…—Dijo la niña agitando las tijeras en el aire.—Pero me llaman
Verónica…Me gusta cometer muchas travesuras…y por eso mi padre siempre se enoja
conmigo. Pero por suerte siempre termina perdonándome. Claro, siempre que le
lleve un pequeño sacrificio…—
Facundo
retrocedió, buscando el hueco con bisagras rotas, que hacía de puerta. La
chiquilla levitó en el aire, al momento en el que comenzaba a reír con una risa
diabólica.
Facundo miro
atónito a la niña flotando en medio de la habitación.
—¿Quieres jugar
conmigo? ¿Qué tal si te corto el cabello…o las orejas?... Si te arranco los
ojos mi padre perdonará todas mis travesuras…—Dijo la niña esbozando una
sonrisa diabólica.
— ¿Qué tal si
jugamos a los quemados?—Al decir estas palabras el cuerpo de Verónica se
convirtió en una antorcha de fuego.
Facundo corrió
hasta la puerta seguido por la niña, atravesó el dintel y se internó en el
pasillo. Corrió desesperadamente, tropezando con varios trastos. Al pasar por
el dintel de una puerta, una sombra oscura le salió al encuentro. La sombra
tenía ojos de color amarillo brillante, era corpulento, y a Facundo le pareció
la figura de Cucaracho.
¡Cáete de una
vez!—Dijo la figura y empujó a Facundo.
Facundo
trastabilló, y cayó de lleno en el agujero que había hecho Cucaracho en el
suelo. Trató de levantarse, pero su cuerpo se trabó en la abertura. Al alzar la
vista vio a la niña salir del cuarto, con la piel y sus ropas totalmente
carbonizadas. Por detrás de ella, el cuarto ardía en llamas.
La niña alzó
una tijera en alto, y avanzó hasta Facundo, caminando sigilosamente por el
pasillo. Cuando la niña arrastraba sus pies carbonizados, por el pasillo, el
agua burbujeaba y emitía un pequeño silbido.
Facundo trató
de zafarse varias veces, pero no pudo. Finalmente la niña llegó hasta él, y le
dijo—¿Quieres ver a mi padre? Yo te puedo llevar hasta él…—
Y alzando la
mano en alto clavó las tijeras en los ojos de Facundo.
Facundo gritó
de dolor, y dos grandes lágrimas de sangre brotaron por debajo de las gafas de
realidad virtual.
Un relámpago
brilló en medio del pasillo, y la figura de Verónica desapareció
repentinamente.
Juan subía unas
escaleras cuando escuchó los gritos de Facundo. Dudó unos instantes, mientras
buscaba intensamente el origen de los gritos. Al dar con la dirección correcta
del sonido, se dirigió hacia allí. Cuando cruzaba el dintel de una puerta
semiderruida, el handi que tenía colgado a su cintura empezó a sonar. Juan lo
tomó, acercándolo a su oreja. Sorprendido escuchó la voz de Facundo. Se lo
escuchaba entrecortado, gemía y tocía entre cada palabra.
—Me lleva… Juan.
—Dijo Facundo en voz baja. —La chiquilla me está arrastrando.
—Escucháme... ¿A
dónde te lleva?—Respondió Juan.
—A un lugar
oscuro.— Dijo Facundo tosiendo, de fondo Juan escuchaba el roce del cuerpo de Facundo
contra el suelo, al ser arrastrado.
—Perdonáme, Juan.—
Dijo Facundo entre sollozos.— Perdonáme, yo te metí en todo esto…—
—No importa…
Decime hacia dónde te lleva.— Respondió Juan.
—Al sótano… Ven
al sótano, Juan… Ven y rescata a tu amigo. Te estaré esperando.—
El sonido del
handi se apagó, se había acabado las baterías.
Juan bajó
rápidamente las escaleras, hasta llegar a la puerta de entrada del sótano.
Juan iluminó el
lugar con su linterna de emergencia, se encontraba inundado, y varios cacharros
flotaban en medio del agua. Trató de avanzar por encima del agua, subiendo por unos
archivadores acomodados a un costado del pasillo de entrada. Avanzó varios
metros de esta forma, hasta llegar a una columna que hacía de divisoria final. Juan
recorrió el pasillo con su mirada, hasta dar con una puerta arrancada de cuajo
flotando en el agua. Lo arrastró hacia él con un caño de hierro. Trató de subir
encima de la puerta, pero cayó pesadamente al agua. Cuando se incorporó, estaba
totalmente empapado y el agua le llegaba hasta la cintura.
Tardo varios
minutos hasta llegar a una pequeña pendiente. Allí el agua le llegaba hasta los
tobillos. Juan se recostó por la pared del pasillo unos instantes. Agitado, dio
grandes bocanadas de aire.
Miró hacia una
puerta al final del pasillo. Era la entrada del sótano. O como decía el cartel
que tenía colgado. Morgue.
Se escuchó algo
extraño moverse tras la puerta, golpeando varios objetos metálicos a su paso. Juan,
miró sobresaltado. La puerta de la morgue crujió, y el pestillo antipánico
empezó a moverse. Juan tomó un pedazo de mampostería que había caído del techo,
con la intensión de arrojarlo contra lo primero que se asomase tras la puerta.
Lentamente la
puerta empezó a abrirse. Un bulto cayó
al suelo y rodó hasta los pies de Juan. Era un barril de cerveza de marca san
javier. Juan alzó la vista, y vio a Cucaracho saliendo detrás de la puerta.
—Juan, ¿qué
haces acá?—Dijo Cucaracho.
—Cucaracho…Vine
por Facundo, me dijo por el handi que estaría por acá.—
Cucaracho se
agachó, y agarró con ambas manos el barril de cerveza, aupándolo como si fuese
un niño.
—Mirá que ahí
dentro no hay nada. Solo un montón de colchones viejos desparramados. —Dijo Cucaracho.
—¿Estás seguro?—
Preguntó desconfiado Juan.
—Entrá si no me
crees.— Respondió Cucaracho.
Juan abrió la
puerta de la morgue, entrando lentamente en su interior. Alumbró la habitación
con su linterna, recorriéndola lentamente con el haz de luz. Había varias
camillas oxidadas por el tiempo, una gran heladera para mantener los cuerpos a
bajas temperaturas y unas extrañas bolsas apiladas en un rincón del cuarto.
Juan se acercó
lentamente hasta ellas. Las inspeccionó detenidamente, apuntó el haz de luz al
techo, y le dijo a Cucaracho.
-No eran
colchones, sobre lo que caíste. Eran bolsas para cadáveres, y parece que tienen
fiambres dentro.-
Cucaracho dio
un sorbo al barril de cerveza, y luego de dar un gran eructo, dijo.
-Menos mal que
están muertos, si estaban vivos ya se hubiesen roto todos los huesos.-
Juan se llevó
la mano a la cabeza, arrepintiéndose del comentario.
-Me pregunto
quién los habrá puesto por acá.- Dijo Juan.
—Ni idea.
Cuando yo vine, ya estaba así...— Respondió Cucaracho.
Juan acercó su
oído a la pared tras las bolsas de cadáveres. Agudizó el oído, y pudo escuchar
la voz de Facundo hablando en voz alta, tras la pared.
—Es Facundo...—
Dijo Juan hablando hacia Cucaracho— Está detrás de esta pared. Ayúdame a quitar
estas bolsas.—
Juan y Cucaracho
corrieron las bolsas con varios cadáveres pudriéndose en su interior. Si bien
no se sentía ningún tipo de olor, muchas se encontraban infladas por los gases
de la avanzada putrefacción. Otras se movían agitando el agua de los órganos
licuados en su interior.
Al terminar de
correr las bolsas, Juan pudo ver una pequeña abertura del tamaño de un hombre
pequeño que daba a una habitación interior. Juan se introdujo lentamente por la
abertura y al pasar hacia el otro lado iluminó el lugar con su linterna. Era
una especie de cueva gigantesca, con un gran hoyo en el medio, grandes bloques
del edificio habían caído a su alrededor formando una empinada de escombros. Juan
movió la linterna hacia el techo y lo que vio le dejo shockeado. Del techo de
la cueva colgaba Facundo boca abajo. Sus gafas de realidad virtual emitían un
pequeño destello de luz apenas perceptible.
Estaba sujeto a
una cuerda por una de sus piernas y gemía de dolor. Juan lo llamó varias veces pero Facundo no le
respondió. A cada grito que daba su voz retumbaba por todo el lugar para luego
ser devorada por el oscuro y gigantesco agujero que había en medio del lugar.
Juan vio en una
de las esquinas del agujero, una gran barra de acero sobresaliendo del borde. La
barra se encontraba muy cerca de donde Facundo colgaba. A Juan se le ocurrió
que tal vez podría bajar a Facundo si lo acercaba al borde. Así que montó
encima de la barra de acero y lentamente se fue acercando hasta Facundo. Llegó
hasta el extremo de la barra y esta crujió al aumentar el peso. Juan estiró sus
manos todo lo que pudo, pero no llegaron hasta Facundo. Había un metro de
distancia entre ambos. Entonces retrocedió lentamente, se bajó de la barra y
tomó carrera hasta apoyarse en los escombros de la empinada. Juan respiró
profundamente y dando un gran salto, empezó a correr rápidamente. Atravesó la
barra de acero dando grandes trompicones, a cada paso el metal crujía amenazando
con venirse abajo. Cuando llegó al final de la barra Juan dio un gran salto. El
impulso le permitió avanzar el metro que le quedaba hasta Facundo. Al caer se
agarró fuertemente de la espalda de Facundo. La soga por donde colgaba se ladeó
hacia los costados y Juan resbaló por la espalda de Facundo cayendo, hasta que
pudo aferrarse a la manga de su buzo. Por un momento colgó temerariamente y pensó
que podía caer al precipicio que había debajo de sus pies. La estalagmita que
sostenía la cuerda de Facundo empezó a crujir.
—¿Juan, sos
vos?— preguntó Facundo hablando como si
estuviese drogado.
—Sí, soy yo.— dijo
Juan— vine a… — la voz de Facundo
interrumpió las palabras de Juan— Juan, lo puedo ver…está cerca…muy cerca…él…él
viene por nosotros, Juan…—
—¿Quién?— preguntó
Juan— ¿Quién viene por nosotros?...—
Facundo movió
su cabeza apuntando la tenue luz de sus gafas hacia Juan y dijo— El diablo…el
diablo viene por nosotros…— En ese instante unos fragmentos de estalagmita
cayeron del techo golpeando la cabeza de Juan.
—Si…ahora lo
veo tan claro…todo es tan claro…— dijo Facundo mientras se escurrían varias
lágrimas de sangre por las gafas de realidad virtual. Otra vez la estalagmita
empezó a crujir. Juan alzó la vista y la sangre de Facundo cayó en sus ojos,
segándolo.
Trató de
limpiarse la sangre con el borde de su camisa, pero dejó la idea al percatarse
de que podía caer al vacío si dejaba de aferrarse con ambas manos. Escuchó un
estruendo a espaldas de Facundo. Juan trató de abrir sus ojos, pero solo podía
ver una gran mancha roja nublando su vista.
En medio de la
mancha una gran luz brilló en la oscuridad. Juan sintió olor a carne quemada.
Una voz dijo— Ya viene… mi padre ya viene…—
Los ojos de Juan
empezaron a lagrimear hasta que la sangre de Facundo se le escurrió por la
cara. Cuando la sangre se le escurrió completamente, pudo ver a Verónica avanzando
hacia él flotando en medio del aire. La mitad del cuerpo de la niña se
encontraba en llamas, y grandes pedazos de carne carbonizada se desprendían al
moverse.
Juan se ladeó
hacia los costados, tratando de tomar el impulso suficiente para llegar hasta
el borde de la abertura. La estalagmita que sostenía la cuerda se partió a
último momento, y ambos salieron despedidos hacia los bordes del agujero. Cayeron
encima de una pila de cemento pulverizado. Juan pudo sujetarse a un grueso
alambre de hierro que sobresalía de unos escombros. Pero el cuerpo inconsciente
de Facundo se deslizó por la pendiente del agujero, debido al peso de la
estalagmita que tenía sujeto a su pie izquierdo.
—¡No!—gritó Juan
desesperado. Facundo cayó por el agujero, pero Juan pudo agarrar la cuerda que
sujetaba el pie de su amigo y detuvo la caída. Juan quedó de espaldas inmóvil, a escasos centímetros del precipicio.
A metro y medio de distancia, el cuerpo inerte de Facundo se balanceaba
colgando del borde del agujero.
Juan escuchó un
ruido a sus espaldas. Noto algo acercándose hasta él. No podía voltearse, pues
si lo hacía, cabía la posibilidad de que la cuerda que sostenía a Facundo se le
resbalase de las manos. Así que esperó impacientemente hasta que la cosa se
posó a sus espaldas.
—Hola, Juan—Dijo
la tierna voz de Verónica— ¿Te encuentras bien? Tal vez…yo podría ayudarte…— Al
terminar de decir estas palabras empezó a cortar la tela de la camisa de Juan
por la espalda. Verónica desgarró la camisa de Juan, dejando al descubierto su
espalda. Llevó las tijeras por encima de su cabeza y estas se pusieron al rojo
vivo. Luego las pasó por la espalda de Juan, achicharrando su carne y generando
grandes ampollas. Juan gritó de dolor, mientras la niña gozaba con mórbido placer.
Verónica se paró encima de la espalda de Juan, produciéndole un terrible ardor.
Luego tomó entre sus manos un gran manojo de cemento pulverizado y se lo arrojó
por la espalda.
El grito de
dolor de Juan retumbó por toda la cueva. Juan se desmayó del dolor y cayó por
el precipicio, arrastrado por el peso de Facundo.
Germán despertó
en medio de la oscuridad. Rebuscó en los bolsillos de su pantalón y encontró un
teléfono celular. Lo encendió, y recorrió con su luz el lugar. Se encontraba en
medio de una habitación insonorizada de color blanco. Las enmohecidas paredes
estaban acolchadas y había cientos de garabatos escritos en ellas.
Germán las alumbró,
recorriendo la parte superior del techo. Al bajar la luz pudo ver a una niña
sentada en el suelo, en un rincón de la habitación. La niña se encontraba
llorando. Por la ropa que llevaba, Germán se dio cuenta de que era Verónica.
Lentamente se acercó a la puerta de la habitación, la abrió sin hacer ruido y
salió al pasillo. Iluminó el lugar y pudo ver varias habitaciones muy parecidas
a la que había salido. Corrió por el pasillo hasta llegar a una pesada puerta
de acero abierta. La abrió por completo y vio una escalera subiendo hasta una buhardilla.
La subió dando trompicones y al llegar hasta arriba encontró que la pequeña
puerta estaba obstruida con algo pesado desde el lado posterior.
Luego de empujar varias veces con todo el peso de su cuerpo, Germán pudo abrir la buhardilla. Al salir por la pequeña puerta, fijó su vista por un momento hacia la puerta de acero que había atravesado y pudo ver a Verónica parada en medio de ella.
Luego de empujar varias veces con todo el peso de su cuerpo, Germán pudo abrir la buhardilla. Al salir por la pequeña puerta, fijó su vista por un momento hacia la puerta de acero que había atravesado y pudo ver a Verónica parada en medio de ella.
Asustado, cerró
la tapa de la buhardilla y echó unos muebles viejos encima. Alumbró la
habitación y se dio cuenta de que se encontraba en una especie de almacén
abandonado.
Buscó desesperadamente
una puerta y al encontrarla se echó a correr por un oscuro pasillo. Subió por
unas escaleras, y después de dar varias vueltas por el edificio llegó al hall
principal. No encontró a Juan, ni a los demás. Y al tratar de ver por el
monitor de la notebook, noto que esta se encontraba apagada.
Al voltear
hacia la entrada principal vio a su moto estacionada debajo de la pared
desmoronada. Revisó el bolsillo trasero de su pantalón y encontró las llaves.
Corrió con todas sus fuerzas hasta su moto, pero en el momento en el que pasaba
por encima de las puertas de blindexs un gran sacudón, parecido a un terremoto,
casi lo hecha al suelo. En ese preciso momento la pared que colgaba encima de
su moto se vino abajo, aplastándola.
Germán se quedó
un instante mirando estupefacto su moto destruida. Un pedazo de mampostería
cayó sobre su cabeza sacándolo del estado de shock. Al mirar a sus costados vio
que el edificio se le venía abajo. Corrió con todas sus fuerzas hasta salir de
allí y se alejó por un bosque.
Luego de correr
por el bosque durante quince minutos, se dio cuenta que se encontraba perdido.
—¡Pero qué
porquería! ¿Dónde estoy?—Se dijo para sus adentros.
Germán alzó la
vista y recorrió la oscuridad del bosque con su mirada. Unas figuras de ojos
brillantes se movían alrededor suyo, quebrando ramitas caídas.
Agudizó la
vista tratando de ver en la oscuridad. Cuando sus pupilas pudieron adaptarse al
oscuro ambiente, vio unos ojos brillantes mirándolo entre las hojas de unos
arbustos.
Lentamente
empezó a retroceder, presintiendo el peligro. Pero se detuvo al escuchar un
rugido a sus espaldas.
Al darse
vuelta, una docena de ojos brillantes lo miraban.
Germán
tiritando de frio, retrocedió hasta el único espacio vacío que le quedaba: una
pequeña colina que bajaba por una abrupta pendiente.
Las alimañas
empezaron a rodear a Germán. Y este no tuvo más alternativa que bajar por la
pendiente. Se deslizó lentamente… hasta que su remera de Kurt Cobain quedó
atorado en la punta de una roca. Al quitarse la remera, volvió a deslizarse por
la pendiente, pero esta vez muy rápidamente.
Rodó un gran trayecto por la empinada, hasta salir despedido por un barranco… cayendo finalmente contra unas rocas. La fuerza del golpe le rompió varias costillas, pero no detuvo su caída Germán rodaba rápidamente por la pendiente, escupiendo sangre. Rodó hasta unas piedras golpeándose contra ellas y el impacto fracturó los huesos de su pierna izquierda en varias partes, dejando en exposición los huesos de su tobillo.
Terminó el accidentado recorrido golpeando la cabeza contra una puntiaguda piedra, la cual le abrió una profunda herida en la cabeza.
Rodó un gran trayecto por la empinada, hasta salir despedido por un barranco… cayendo finalmente contra unas rocas. La fuerza del golpe le rompió varias costillas, pero no detuvo su caída Germán rodaba rápidamente por la pendiente, escupiendo sangre. Rodó hasta unas piedras golpeándose contra ellas y el impacto fracturó los huesos de su pierna izquierda en varias partes, dejando en exposición los huesos de su tobillo.
Terminó el accidentado recorrido golpeando la cabeza contra una puntiaguda piedra, la cual le abrió una profunda herida en la cabeza.
Germán estaba
inconsciente y sangraba profusamente cuando llegaron las hambrientas criaturas
del bosque. Los ojos de las bestias brillaron extasiados…
Cucaracho se
encontraba en la cima de los escombros, cuando pudo ver a Juan y Facundo
cayendo por el precipicio. Se deslizó rodando por la pendiente hasta llegar al
borde del precipicio. Pero ya era muy tarde, Juan y Facundo habían caído.
¿Tú también
quieres ir con ellos?—Dijo la voz de una niña por encima de Cucaracho.
Cucaracho vio a
Verónica levitando en el aire.
¡Mocosa
maleducada! ¡Te voy a enseñar lo que es la educación! —Dijo Cucaracho sacándose
el cinturón, al momento en el que se le caían los pantalones.
La niña profirió
una diabólica risa y luego bajó hasta posarse a un costado de Cucaracho.
—¿Y qué harás, maldito
borrachín?— Le dijo Verónica con voz de ultratumba, mientras Cucaracho
retrocedía unos pasos— ¿Me bautizarás con cerveza?
¡No!—dijo Cucaracho
sacando una petaca de wisky del bolsillo.—Pero puedo bautizarte en el nombre de
jebús, con esta agua bendita que me dio el padre Anselmo.—Dicho esto, arrojó el
contenido de la petaca sobre Verónica. La chiquilla dio un terrible grito
retorciéndose entre los escombros. Al instante la diabólica figura desapareció
transformándose en polvo.
—¡Suerte que
siempre traigo el agua bendita que me da el padre Anselmo!—Dijo Cucaracho
arrojando la petaca por el agujero.— ¿Y ahora cómo hago para salir de acá?
Cucaracho subía
por la pendiente cuando escuchó un grito atronador saliendo del agujero de la
cueva. Unos minutos después un terrible viento sopló desde el agujero, ayudando
a Cucaracho a subir la pendiente. Cuando llegó a la cima de los escombros, todo
el lugar empezó a temblar y el edificio se vino abajo, atrapando a Cucaracho en
medio los escombros.
***
Al día
siguiente Cucaracho despertó en medio de la oscuridad, rodeado de escombros. Se
había dado un fuerte golpe en la cabeza. No recordaba su nombre, ni cómo había
llegado hasta allí, pero para su suerte no tenía ninguna lesión grave y los
escombros no le cayeron encima. Tardó
tres horas en salir de los escombros y ver la luz del sol nuevamente. Al salir
se percató que no llevaba pantalones y que su cuerpo se encontraba totalmente
blanco a causa del polvillo esparcidos entre los escombros.
Al llegar al
estacionamiento, vio el auto de Facundo parado en medio del lugar. Lo abrió y rebuscó
la guantera, y también por debajo de los asientos. Pero no encontró llaves. Facundo
las había dejado en el hall, ahora derrumbado. Decepcionado
salió del auto y empezó a correr perfilándose hacia un camino de asfalto que
corría al final del hospital.
Después de
correr diez minutos por él, llegó hasta un oxidado portón donde se leía:
“Hospital de salud mental”. Cucaracho pasó corriendo entre las rejas abiertas
avanzando por un destartalado camino.
***
Al día
siguiente la policía llegó al lugar. Buscaron a Juan y a Facundo por varias
semanas, pero no los encontraron. Varias semanas después de terminar la
búsqueda, unos cazadores encontraron los restos del cuerpo de Germán, estaba
despedazado, desmembrado por las alimañas del bosque. La policía hizo muchas
preguntas a Cucaracho, luego de que un patrullero lo detuviera en las calles de
un pueblo cercano. Pero no recordaba nada de lo sucedido la noche anterior. Solo
decía que había tenido una terrible pesadilla. Una pesadilla donde una
diabólica niña lo perseguía hasta arrinconarlo en el borde de un oscuro
precipicio.
—¿Una niña? ¿Y cuál
era el nombre de la niña?—Dijo el oficial de policía que tomaba declaración a Cucaracho.
—Verónica, su
nombre era Verónica, oficial. Tiene que creerme…—Respondió Cucaracho.
Nadie creyó una palabra de lo que dijo Cucaracho. Su declaración la tenían por delirios de un borrachín. Solo aparecieron varios conductores de programa de misterio, tratando de hacerle una entrevista. Pero él se negaba. Muchos años estuvo Cucaracho regresando al viejo hospital abandonado. Removía los escombros tratando de buscar a sus amigos, siempre en vano.
De vez en cuando se lo veía en la taberna del pueblo peleándose con los hombres que se burlaban de su historia. Pero cuando se le convidaba un buen trago, comenzaba a relatar esa extraña pesadilla que había tenido aquella noche. La noche en que según él decía, había conocido a Verónica, la hija del diablo.
Fin